A los 15 años, Jennifer se incorporó a las filas de las FARC-EP, la guerrilla colombiana que dejó atrás la guerra en el año 2016, tras la firma del Acuerdo Final de Paz.. Durante 19 años de involucramiento, no solo encontró oportunidades que la sociedad no le brindó, sino que, construyó lazos que aún atesora. Según sus palabras, a pesar de todos los retos, siempre estuvieron preparados para dar el paso a la vida civil.
«Tuve la oportunidad de salvarle la vida a varias personas e incluso a los mismos soldados del Ejército», comentó Jennifer Pinilla, una exintegrante de la antigua guerrilla de las FARC-EP con estudios en medicina. «Éramos de diferentes bandos, pero cuando una persona levanta las manos en un conflicto armado, pasamos a ser prácticamente iguales», puntualizó.
En 2016, el Estado colombiano y este grupo firmaron un Acuerdo de Paz con el propósito de darle fin al conflicto armado que ha durado más de medio siglo en Colombia. Desde entonces, aquellos que dejaron las armas han trabajado por reincorporarse a la vida civil; sin embargo, ese nuevo camino no ha sido nada sencillo.
«Salir de la vida militar a la vida civil ha sido bastante difícil», explicó Jennifer respecto a las barreras de acceso a derechos como la empleabilidad o la educación, y los riesgos en seguridad. La Misión de Verificación de la ONU en Colombia detalló a finales de junio que, desde 2016, se han registrado «375 asesinatos de firmantes de paz, entre ellos 11 mujeres, 54 afrocolombianos y 35 indígenas».
Los y las firmantes de paz cargan todos los días con el peso de la estigmatización. «La gente piensa que porque uno fue guerrillero es un asesino y resulta que hay personas que nunca llegaron a matar a alguien», precisó Jennifer e invitó a conocer lo que hay detrás de esa vida y el por qué decidieron ingresar a las filas.
El empujón de la sociedad
Jennifer ha llevado el estigma de ser combatiente incluso antes de pertenecer a las FARC-EP. «Cuando yo estudiaba, a mi padre lo tildaban de guerrillero simplemente porque era liberal», comentó y recordó que ese título también se lo atribuyeron a ella y a sus dos hermanas. Desde los 12 años escucharon en repetidas ocasiones frases como: «ahí vienen las hijas del guerrillero» o «eso seguro usted va a ser guerrillera».
Esas palabras no fueron las únicas que la impulsaron a unirse a las filas de la guerrilla, sino que su historia de violencia también la impulsó. «En el 95, el Ejército me quemó la casa con mi hermana de tres meses de nacida», contó la mujer oriunda de Cimitarra (Santander), quien también vivió varios desplazamientos forzados hasta radicarse en Puerto Nuevo (Magdalena).
«De ahí en adelante uno se va llenando de motivos por la falta de oportunidades y de estigmatización», señaló la firmante de paz. A pesar de que ella no contemplaba esa vida, de alguna forma, esa mentira que repitieron tantas veces se convirtió en verdad.
«La misma sociedad lo va arrinconando a lo que uno nunca pensó ser».
Muchos retos a futuro
«La guerrilla nos brindó la oportunidad de tener una casa prácticamente, una familia», expresó Jennifer quien también encontró la alternativa de estudiar medicina durante 7 años mientras hizo parte de las filas.
Los lazos que formó Jennifer es una de las cosas que más extraña. «A pesar de que dicen que éramos los malos, nosotros fuimos como una familia», mencionó la firmante y destacó la camaradería que había. «Uno por ejemplo se iba a bañar y allá se compartía hasta lo más mínimo, así fuera una hebra de hilo —rememoró la excombatiente—. Aquí no es así, si alguien no te conoce ni siquiera te saluda».
La firmante de paz duró 19 años en la guerrilla y de las cosas que más añora son los encuentros que había entre unidades de otras partes del país, donde los abrazos nunca faltaron. «Yo tuve una amiga y ella por más lejos que se fuera siempre cargaba algo para mí», comentó Jennifer mientras se le hacía un nudo en la garganta.
Esa costumbre también la replicó con sus otras dos hermanas —la mayor y la menor—, que también hallaron en la guerrilla una oportunidad. «Durábamos años cargándonos cosas y, la verdad, extraño bastante eso», agregó.
A pesar de todas esas memorias, Jennifer no se arrepiente de haber dejado las armas. «Nosotros siempre estuvimos pensando en el proceso de paz», precisó Jennifer e indicó que desde que ingresó a la guerrilla le explicaron que era necesario buscar una salida al conflicto armado, sea por la vía militar o por la política.
«Estábamos muy preparados para dar el paso a la vida civil»; sin embargo, lo que ahora realmente le frustra “son todos los firmantes de paz que están matando”.
Sobre el proyecto
El proyecto «Cuidados para la paz. Somos para la vida», tiene como objetivo generar espacios seguros para lo cual contempla una serie de acciones orientadas a reconocer el cuidado como un derecho humano, a la prevención y atención de violencias contra niños, niñas, adolescentes y jóvenes (NNAJ); a mejorar el acceso de las mujeres a mecanismos de protección frente a las violencias basadas en el género (VBG) y a proponer espacios de encuentro alrededor del cuidado y la crianza.
Este trabajo se desarrolla en conjunto entre ONU Mujeres y UNICEF, con recursos del Fondo Multidonante de las Naciones Unidas para la Paz, a través de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (LIMPAL) y Juntos Construyendo Futuro (JCF) y en articulación con la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), el Consejo Nacional de Reincorporación (CNR) Componente Comunes y la Misión de Verificación de Naciones Unidas.